Antes de quedar embarazada creía y decía al que me preguntara que estaba segura que mientras estuviese esperando un bebé iba a estar feliz todo el día. Escuchaba a mis amigas madres contar cosas como las pataditas del bebé o como le hablaban a la panza y me daban sana envidia.
Eso fue hasta que quede embarazada, claro.
Los primeros tres meses fueron una calamidad. Mi obstetra me recetó progesterona y durante poco más de tres meses era un ente que se levantaba a la mañana hecha un estropajo, trabajaba como podía, volvía a casa para acostarme y sufrir los malestares y el sueño hasta el día siguiente.
Nunca había escuchado que una embarazada pierda peso hasta que lo viví en carne propia.
Y recuerdo que de tanto en tanto me preguntaba si así se vivía la "dulce espera". Para mi estaba bastante amarga.
Cuando pude dejar esas pastillas, la cosa mejoró un poco.
Volví a sentirme mejor y de a poco fui ganando peso. Con mi genética, estaba segura que si abría la puerta del "como por dos" a estas alturas (18 meses más tarde) estaría sentada en un puff porque mi trasero no entraría en el sillón de la oficina.
Durante el segundo trimestre me la pase debatiendome entre la preocupación (algo innato en mi) y la ansiedad (también innato); pero me puse en acción. Hice Yoga (algunas clases) y caminé todo lo que pude. Hasta lleve a mis ahijadas al cine, lo que implicó llevarlas quince veces al baño a cada una (con todo el trabajo que esto implica en un baño público y con trescientas personas esperando) y además un evento para el olvido (que aún ellas recuerdan) cuando una -según su relato- casi pierde una pierna atrapada en el asiento.
Seguí viajando por trabajo, escuchando a mi suegra muy preocupada por la radiación de los detectores de metales del aeropuerto.
Mi última travesía con poco más de siete meses de embarazo fue viajar a Santiago de Chile y pasarme caminando dos días de acá para allá, subiendo colinas y escaleras sin parar. Bueno, eso no es verdad, paraba a cada rato porque me pesaba la panza y mi elección de la ropa no había sido adecuada: el jean de futura mamá me apretaba la panza y me daban ganas de ir al baño.
Casi un mes antes de tener al Chini, me tomé mi semana de vacaciones pendiente y nos fuimos a descansar a Mar del Plata. Hizo tanto frio y llovío tanto que no recuerdo mucho más que el hogar encendido y estar tirada en el sillón. Se que fuimos a Sierra de Los Padres, pero no recuerdo nada más. Se borró del disco duro!!!
Mientras se acercaba el ultimo mes, la memoria selectiva que todos tenemos, me hizo recordar a los malestares que mis amigas habían comentado muy al pasar (o yo los había sentido así). Temí porque mis talones se transformen en macetones y pasarmela en el baño con falsas alarmas.
Mi amiga Veri, que a principio de año había tenído a su tercer hijo, me había dicho que nunca deje de caminar, que eso iba a ayudar a tener un mejor parto... entonces me la pasaba caminando. Subía y bajaba las escalera a velocidad caracol, pero lo hacía.
Aunque faltaban pocas semanas para LA fecha, a mi no se me pasaban los días.
Y un día empecé mi licencia y la locura de la oficina quedó en el pasado. Estaba más tranquila, sí, pero me aburría horrores sola en casa sin poder salir.
Si estaba parada me cansaba, y si me acostaba sentía que nunca iba a poder levantarme.
Y esas cosas que habían quedado pendientes para terminar cuando tuviese tiempo, nunca encontraron resolución. Estaba tan aburrida como para tener ganas...
La historia sigue, pero justo ahora mi amiga que esta embarazada de casi cuatro meses me pregunta si así es la Dulce Espera o le vendieron pescado podrido...
Será una confabulación de las madres vengativas que inventaron esa parodia de "la dulce espera" para que el resto de las mujeres caigan en la trampa?