Muchas gracias.
Ayer estabamos chateando con mi amiga la Diablurita de temas varios, como siempre. En una de esas salta el tema de "hombres" (infaltable)
Entonces yo le cuento unas cosas, ella me cuenta otras y terminamos hablando de un ex de la Diablurita, al que identificabamos como "el pelado".
Resulta que cuando la Diablurita comenzó a salir con el Pelado todo era bárbaro (como debe ser). Aunque en ocasiones el Pelado reaccionaba o tenía salidas un poco extrañas a lo que la Diablurita estaba acostumbrada. Cuando ella me las contó enseguida le advertí que eso no era normal y que tenía importantes rasgos psicóticos que no iban a mermar con el avance de la relación.
(Hay gente que tiene manías y nada las va a cambiar. El amor es fuerte, sí, pero hay cosas que no se cambian. Por ejemplo: Yo odio que la puerta del microondas quede abierta, por más que te ame con locura, cerrá la maldita puerta porque se arma la ecatombe)
Salieron un tiempo más y esas actitudes "psicópatas-freak" aumentaron en lugar de decrecer (o en el peor de los casos, mantenerse inalterables). Entonces la Diablurita, luego de conversar al respecto, decidió dar por finalizada la relación.
El Pelado continuó buscándola para poder retomar la relación, pero no pudieron ponerse de acuerdo (esta parte de la historia no la recuerdo muy bien).
Esto fue hace más de un año, de eso estoy segura.
Sin embargo, el Pelado hace pocos días la contactó y le comentó que estaba por comprar un departamento y si ella se animaba la invitaba a cenar.
Esta historia me viene al pelo para detallar, por experiencia propia y ajena, ciertas reflexiones que vienen al caso:
En general las personas somos distintas, pensamos distinto, reaccionamos distinto simplemente porque nuestras vivencias fueron diferentes y lo que pensamos y hacemos es el resultado de nuestro aprendizaje.
Es imposible esperar que otra persona razone las cosas como uno las razona, o que haga aquello que esperamos. Muuuy rara vez algo va a poder ganarle a nuestras ilusiones y expectativas, y la razón es porque ellas están construidas en nuestra mente, y nadie tiene acceso a ella.
Entonces, cuando uno quiere conocer al otro (ahora estamos hablando de parejas, pero se aplica a todo tipo de relación: amigos, compañeros de trabajo, etc.) lo que tiene que hacer es escuchar. Escuchar lo que dice, no lo que creemos que dice. Tratar de bloquear nuestro filtro y tratar de entender sus palabras y no lo que leemos entre (supuestas) líneas.
Es super difícil. Y casi imposible, porque considero que nadie es 100% objetivo (esta reflexión va dedicada a mi amiga Anita, que le encanta lo subjetivo y objetivo) Entonces cada persona recibe cierta información y la interpreta “como quiere”, o mejor dicho “como puede” en base a su construcción mental.
Sería infinitamente más fácil dejar de imaginar conversaciones y llevarlas a cabo. Y escuchar realmente al resto de las personas por lo que dicen y no por lo que creemos que dicen.
Es casi imposible que encontremos en el mundo a aquella persona que reúna todas las condiciones que mentalmente deseamos en una pareja. Quizás sea super romántico, se acuerde de todos los detalles, tenga una vida social interesante, sea precioso y tenga un cuerpo espectacular, sepa cocinar y le encanten los nenes, tenga mejor auto y un departamento genial… pero es super desordenado. O deja la toalla mojada arriba de la cama. O trabaje hasta cualquier hora. O estudie y quiera priorizar su carrera (aunque sea para poder darnos un futuro mejor). O no le guste quedarse en cama hasta tarde. O prefiera ir a la cancha antes que ir de compras.
Así que coincidamos que el hombre ideal no existe. Todos, TODOS, tenemos nuestras cosas. Algunos las adoraran y otros las detestaran. Entonces todo se resume al equilibrio. A entender que el otro es una persona con vida propia, no un ente que no existe cuando no esta a nuestro lado. Y por estos motivos (y otros) no tenemos la autoridad a pedirle a otro que cambie por nosotros. No podemos pretender que aquella persona que muere por ir a la cancha todos los domingos, abandone el hábito porque odiemos el fútbol.
Equilibrio. Ceder. Pero ceder porque uno quiere ceder, no porque se ve obligado a hacerlo.
Esto me trae a la mente una conversación con una amiga que tuvimos ayer. Ella está saliendo con una persona. Él hace algo que a ella no le gusta. Y ella no sabe que hacer, porque ella quiere que él resuelva esos problemas. Pero él no quiere.
Él NO quiere. Punto. Si él no quiere ya está todo dicho, no ?
Como nosotros armamos nuestra vida en función de nuestras experiencias, es lógico que no seamos hoy las mismas personas que eramos hace unos años. O que dentro de unos años seamos diferentes a lo que somos hoy.
Es válido cambiar, pensar que las cosas son distintas a algo que creiamos... o también que las personas que conocemos no sean lo que eran o lo que nos gustaba.
Todo puede cambiar, y no hay culpas. A veces los cambios no son tan rotundos. A veces sí lo son.
Entonces, no porque alguien nos haya enamorado (o gustado) en el pasado quiere decir que hoy sea igual. Puede que sí, puede que no.
Finalmente (porque me tengo que ir) creo que como todos somos distintos, actuamos y pensamos distintos; tomamos decisiones que otros no comprenden. Muchas veces yo juzgué esas reacciones porque de acuerdo a mis parámetros no eran correctas. O eran demasiado estúpidas. O eran demasiado crueles. O demasiado violentas. O demasiado frágiles.
Y bueno, cuesta entender que quizás eso que a nosotros nos parece una estupidez o no entendemos al otro le sirva para su propósito.
De todas formas, en nuestra mente y en nuestro rinconcito tenemos el derecho a sentir lo que queremos y como queremos. A pensar, esperar, ilusionarnos y escuchar lo que queremos escuchar. A querer que todas las personas que nos interesan sientan, piensen y actúen como queramos. Y también a juzgar a los otros.
Pero solamente dentro nuestro. El problema comienza cuando algo trasciende de nuestros límites y entra en contacto con los mismos derechos del otro.
Entonces la respuesta a todo es el equilibrio. Aunque nada indica como encontrarlo y cuales son los límites.
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