Hace ya muchos años las relaciones con mi familia no eran de lo mejor.
Mi papá había formado pareja con una mujer que convirtió a mis dos hermanitos menores en sus hijos y nos ignoraba al mayor de mis hermanos y a mi porque no le decíamos mamá.
Vivíamos en zona norte y todos los días me levantaba a las seis de la mañana para ir a Diagonal Norte a trabajar.
Me tomaba dos colectivos y el subte para llegar.
Trabajaba hasta las seis de la tarde, con un sueldo justo, y salía corriendo para llegar a la facultad que me pagaba con la mitad de mis ingresos.
De la facu salía a las diez de la noche y otra vez dos horas de viaje hasta casa.
Varios problemas económicos y de convivencia hicieron que un día mi papá decidiera irse de la casa con mis hermanos menores. Nos dejó a K y a mi solos en la casa.
En esa época K no trabajaba ni estudiaba. Y yo trabajaba pero no me sobraba como para mantener una casa enorme y a otra persona.
Entonces empezaron los problemas.
Todo terminó bruscamente cuando descubrí que K en vez de pagar el agua con la plata que le dejaba, se la gastaba en otra cosa.
No puedo recordar época más depresiva en mi vida. Una discusión terminó con todo mi brazo izquierdo quemado por agua hirviendo y yo encerrada en el baño para que mi hermano no me golpeara.
Mi ex novio fue muy importante en esa época. Una de las tantas cosas de las cuales estoy agradecida con él es el haber estado conmigo en esa situación.
Tuve que pedir plata prestada para que me reconectaran el servicio y poco después mi hermano se mudó a Córdoba por un trabajo.
De ahí en más me fui fortaleciendo. Dediqué esos años a hacer el esfuerzo de terminar la carrera en tiempo récord, resigné cientos de fines de semana estudiando solo con el objetivo de salir de ahí.
El tiempo fue pasando, papá volvió un poco arrepentido y comenzó otra etapa.
Pero costaron más de siete años para yo pueda superar la sensación a traición de mi hermano.
En realidad cuando sucedió lo de papá entendí que más valía estar todos juntos y que mi rencor le hacía mal a mis hermanos menores.
Cuando papá se fue, por decantación quedé a cargo de mis hermanos. No solamente en el día a día sino también económicamente.
Habíamos perdido la casa de la familia y no teníamos más dinero. Papá se había encaprichado en alquilar un departamento que a mi entender era demasiado caro para nosotros.
Y dos meses después se fue. Y ahí me quedé yo, sin papá, sin mi novio y con un montón de responsabilidades y gastos.
Tenía en la cabeza que alquilar era tirar el dinero a la basura, resultado de seis años con mi ex novio. Entonces comencé a averiguar departamentos. Vendí el auto de papá, lo único que nos quedaba y junto con la venta de varias cosas de nuestra casa anterior; logré un pequeño capital que no alcanzaba ni para la cuarta parte del anticipo de un departamento.
Esa historia termina en que seguimos buscando, encontramos un departamento en construcción, que era muy accesible, cómodo, moderno, a estrenar y que pidiendo varios créditos podía ser mío en veinte años (diecinueve ahora!)
Pero esta historia es distinta.
En ese momento me tuve que hacer cargo de mis hermanos: 17 y 11 años.
El de 17 años, D, estaba terminando el secundario y no trabajaba. El chiquito aún es muy chico.
En esos tiempos trataba de hacer rendir al máximo mi sueldo y gracias a que no estaba en pareja tenía mucho tiempo para estar en casa y no gastar demasiado. Entonces ahorraba todo lo posible para poder salir de ese departamento alquilado antes de que se venciera el contrato de alquiler.
Un día, cuando fui a “poner en el chanchito” el ahorro de ese mes descubrí que faltaban más de $400.-
Costó mucho que D admitiera que los había agarrado para comprar no-se-qué para la computadora que meses antes les había comprado mi ex novio, solo para ayudarlos.
No puedo explicar lo que se siente que alguien cercano a vos te saqué algo. Pero lo que todavía no puedo entender es todo lo que hace de esta situación algo más delicado. No es como cuando un hijo le saca dos pesos a su padre para ir al kiosko. Es infinitamente peor.
En resumen es algo así: Alguien que sabe todo el esfuerzo que está haciendo otra persona para un beneficio en conjunto, que no tiene la obligación de hacerlo y renuncia a mucho por ello.
A pesar de que él sabía para que estaba destinado ese dinero, él lo había usado en algo que solo él podía disfrutar. En algo que podía haberse comprado en cuotas y quizás en un tiempo más.
Pero es mi hermano, viviamos juntos y todavía estaba muy fresco el recuerdo de lo sucedido con papá.
Luego faltaron algunos dólares, pero nunca admitió haberlos tomado.
Pocos meses después y gracias a la ayuda de varias personas, pudimos mudarnos a nuestra casa propia.
Aún teniamos dos habitaciones para tres personas, pero el departamento era más grande, tenía parrilla y dos balcones propios. Pero sobre todo era nuestra. Había que pagar mucho más por mes que antes, pero ya no era tirada a la basura: era invertida.
D empezó a trabajar gracias a que mi hermano, el que no vive con nosotros, le consiguió un puesto en la misma empresa donde trabaja.
El sueldo era bastante alto para alguien que recién empieza y luego de una conversación él entendió que correspondía que una pequeña (realmente muy pequeña) parte de su sueldo debía aportarla a la casa. Para ayudar a afrontar los gastos de una casa a la que no le faltaba nada: comida, tv por cable, calefacción en invierno y refrigeración en verano. Siempre intenté que nada faltara. Un millón de cuotas para la heladera nueva, el televisor y DVD, ventiladores, estufa…
Pero además del aporte económico tenía que ayudar en las cosas de la casa. Más específicamente en cocinar cuando yo salía (pocas veces realmente), ayudar al más chiquito con las tareas escolares y lavar los platos después de la cena.
Yo hacía lo mismo cuando mi mamá y mi papá llegaban tarde de trabajar. Nunca creí que fuera tan loco.
Sin embargo poco tiempo después él dejó de ayudar en casa. Mentía todo el tiempo y contestaba cada vez peor.
Finalmente descubrimos que había dejado de colaborar para comprarse una moto y sus reacciones eran las consecuencias de ocultarlo sabiendo que quizás no era lo correcto.
Pero por primera vez él trabajaba, sabía lo que era levantarse temprano y estar todo el día trabajando y según su punto de vista era lógico que gastará en él lo que había ganado con mucho esfuerzo.
A pesar de tener su propia movilidad nada lo detuvo en llevarse mi auto, sin tener registro ni los papeles, en dos oportunidades. Dos oportunidades en las que me dí cuenta a pesar de sus negativas en admitirlo.
Hasta que la tercera vez de su broma terminó como algunos ya saben: mi auto secuestrado por la policía y una multa importante que pagar.
Nunca escuché una reflexión de cuanto se había equivocado.
En miles de oportunidades le expliqué lo difícil que era la situación para todos, pero especialmente para mi.
Para mi que con la edad que tengo estoy a cargo de dos menores, pagando una casa básicamente para no tener que pasar la traumática situación de mudarnos cada dos años, gastando bastante dinero en ellos. Dinero que me costaba a mí, por el cual me levantaba temprano y llegaba tarde para seguir haciendo cosas en casa: cocinar, lavar, limpiar.
Pero también para mí que con mi edad no era libre de hacer mi vida, que siempre tiene que pensar en ellos antes de en mí si decido dormir en otro lado o irme el fin de semana a otra parte. Que no es libre de formar una familia, porque ya tiene una.
Los roces, discusiones, conflictos siguieron. Siguieron mucho tiempo y por muchas cosas distintas.
Mis dos hermanos me mintieron dos meses, haciendome pagar un club para el más chico en verano mientras él se quedaba en casa y mi dinero era gastado en salidas. A escondidas, por dos meses… Me da vergüenza el saber que me estuvieron mintiendo, inventando historias que pasaban en el club y yo creerlo. Dudaba pero me terminaban convenciendo.
Pero no aprendo. Yo seguía confiando porque son mis hermanos, porque vivimos juntos, porque son lo único que me queda de mis padres, porque me siento responsable.
Le dejaba facturas y dinero a D para que vaya a pagarlos y así como hizo K hace tantos años, D se la gastaba en otras cosas y me dejaba las deudas.
Deudas que se acumularon y todas juntas tengo que saldar para parar la bola de nieve que es una deuda de un servicio.
Ayer me di cuenta que también era peor: había puesto a toda la familia en un riesgo potencial. No me avisó que había perdido sus llaves y hasta último momento siguió con la mentira. Evidentemente no se le cruzó por la cabeza la imagen de encontrar un día las puertas abiertas, todo revuelto y sin nada.
Porque como le dije: No es que me casé y me regalaron todo lo que hay en la casa. No es que todo haya sido de mi papá y nuestra casa anterior. No. Todo lo compré yo, las tarjetas que reventaron y sigo pagando son las mías. Todo lo que hay en esa casa (salvo los muebles) es mio.
Es parte de mi esfuerzo. Es parte de un dinero que en lugar de gastarlo en mil zapatos y ropa lo use para un disfrute de todos.
Y quizás sea exagerado creer que por perder las llaves alguien va a ir a tu casa a desvalijarla… pero para que correr el riesgo?
En lugar de admitirlo y solucionarlo, lo ocultó. Pero además de la mentira fui yo quien tuvo que salir corriendo a cambiar la cerradura y repartir nuevas llaves a todos los que tienen acceso a mi casa.
El fin de semana pasado hubo una advertencia. Todo tenía que cambiar. Él tenía que entender finalmente que yo no estaba obligada a hacer y darles todo lo que tenían. Que hay familias que tienen mucho menos. Entender que todo eso significaba un esfuerzo y que yo también tengo derecho a gastar mi dinero en mí.
Pero sobre todo tenía que entender que tenía que cambiar la actitud. Que las mentiras, los gritos, los desplantes y las malas contestaciones no corrían más. Y el motivo principal era el ejemplo que le estaba dando al más chiquito.
Porque me agarro la cabeza en pensar que él pueda tomar ese ejemplo y repetirlo en unos años.
Porque a pesar de todas nuestras perdidas, en estos dos años solo intenté que sintieran las faltas.
Una advertencia similar a todas las anteriores luego de que él se mandaba alguna.
Y este fin de semana reincidió. Volvió a hacer lo de siempre, lo que hace dos años viene haciendo. Totalmente impune.
Y tuve que cumplir la advertencia. Lo eché de mi casa.
Y aún así, después de tantas palabras, aún no logro que pida disculpas. Pero sobre todo aún no logro que entienda realmente todo lo que tiene (a pesar de lo que no tenemos) y todo –aunque suene pedante- lo que le dí.
A veces pienso que es culpa mía en no hacerles ver que las cosas cuestan. En cargar con todo solo para que no pasaramos momentos delicados.
Ellos vieron que perdimos una casa, alquilamos un año y medio y de pronto apareció un departamento mejor.
Que cada tanto me escapó unos días para descansar en algún lugar y que siempre hay comida en la heladera. No faltan las galletitas, alfajores, carne, verduras. Que tenemos acceso a Internet y tv por cable. Que no tenemos que tener apagada la estufa todo el día y congelarnos mirando tele.
Me siento traicionada, estafada y desilusionada. Pero también me siento culpable por haberle cerrado la puerta.
Siento que no es justo. Pero también que no se termina más. Que las situaciones se retroalimentan.
No soy psicóloga y estoy segura que debería ir a una; pero no se si le estoy haciendo bien o mal. Si la culpa es mía o no es de nadie.
A veces me siento desbordada, por esto y muchas cosas pequeñas que suceden día a día. Afortunadamente el gordo está ahí. A pesar del poco tiempo y el tener una familia “como corresponde” él esta. Pero a veces me da miedo que salga corriendo abrumado por tanta mierda. Que piense que las cosas son como son por mí, porque yo soy así. No creo que piense eso, pero tampoco es justo para él estar en medio de todo esto. Escucharme a mi horas y horas razonar sobre lo que pasa. Trazar planes alternativos para que ellos sean como deseo que sean: personas íntegras. Preguntarme mil veces porque no se dan cuenta del esfuerzo y reconocen (aunque sea un poco) todo lo que hago por ellos. Que quizás no sea lo mismo que un padre hace por sus hijos; pero que es lo mejor que me sale en cada momento.
En fin.
Así están mis días.