La reflexión del día: La Soledad.
Este sí que es otro tema que tiene muchas aristas y puede ser analizado desde distintos puntos de vista.
Yo quisiera arrancar por acá:
A diferencia de otros viajes de negocios a Europa, este año pude ver la realidad de la ciudad, la forma en que la gente vive, como son, etc.
No estuve tan metida en la burbuja de “eventos corporativos” y eso me permitió ver otro tipo de cosas.
Una noche, después de un evento en la Messe, Eri y yo decidimos volver al hotel. Ya era tarde para el ritmo de vida de la ciudad (cerca de las once de la noche) y nosotras no habíamos cenado.
A esa hora no hay casi ninguna oferta disponible, así que decidimos cruzar hasta el Hauptbahnhof (la estación central de trenes –similar a Constitución-).
Fuimos hasta el Mc Donalds frente a los andenes. Mientras cenábamos notamos que éramos las únicas personas acompañadas que mantenían una conversación amena y divertida.
Salvo por dos mujeres (que obviamente trabajaban en la zona roja a pocas cuadras de allí) todo el resto de las personas estaban solas.
Había de distintas edades y seguramente realidades. Pero tenían en común un aspecto de vencidos, de desilusión.
Salvo por los pasajeros que esperan sus trenes y algún caso excepcional como el nuestro, es un poco extraño que la gente de la ciudad frecuente este lugar.
Con Omur, la chica que nos asistía en el stand, nos pasabamos largos ratos buscando las semejanzas y diferencias entre nuestra cultura y la alemana.
Un día, en el cual volvíamos de nuestro fallido intento de caminar hasta el downtown histórico, llegamos a Hauptbahnhof y mientras Marian se compraba una segunda cena, Eri y yo entramos a un local de venta de libros y revistas.
Mientras hojeaba algunas revistas dos veces me pasaron por encima.
Todas las mañanas camino a pie desde el hotel a la Messe siempre sentía que tenía que caminar más rápido porque los que venían detrás se acercaban demasiado. Y a veces me atropellaban como si fuera invisible, o como si fuera una pobre idiota que va pavoteando por la calle.
Omur nos decía que allá la gente camina rápido, muy rápido y sola. Aprietan el paso para llegar a la oficina, al banco o a su casa. No significa que estén apurados, sino que están acostumbrados así.
Me pasé todos esos días observando a la gente y sus costumbres y tratando de entender porque son así.
Y la realidad es que, como siempre, lo que tenes y lo que sos es el resultado de lo que haces y las razones.
Uno podrá decir que allá la gente vive mejor. Claro, por lo que se el Estado se ocupa de todos los habitantes de manera integral. Los desempleados tienen asistencia que les permite vivir dignamente y hasta los adictos a la heroína reciben una dosis diaria para evitar que salgan a robar.
La salud y la educación estatal es de un alto nivel, y es normal que toda la población tenga más posibilidades que en Argentina.
Lo que vi es que ellos tienen una excelente calidad de vida, pero no tienen calidad humana.
No les importa el otro. Te pasan por arriba en la calle, te ignoran si les abrís la puerta, si les cedes el paso en algún sitio…
No te miran a los ojos, no te sonrien sin motivo, no se muestran predispuestos a ayudar al otro.
Omur dice que en el aspecto laboral / profesional son peores. Si muestran un poco de interés es para dejarte saber que ellos están en un escalón superior o comienzan una competencia para superar tus logros. Y lo hacen de manera abierta.
Entonces dos más dos es cuatro.
Tienen lo que se merecen.
Otra chica, que conocimos hace dos años para la feria anterior nos comentaba que estaba en pareja hacía más de ocho meses. Pero que él había tenido que aceptar un trabajo en Las Canarias. Y aunque ella no estaba trabajando decidió quedarse en Alemania. Eri y yo no entendíamos.
“El trabajo es más importante” dijo.
Y me dieron ganas de golpear mi cabeza contra la pared hasta caer desmayada.
Ella creía que el trabajo era prioritario. Que toda su vida debía girar en torno a tareas y un sueldo.
No puedo mentir, cuando escucho a alguien decir eso recuerdo el énfasis que tenía hace ya unos cuantos años cuando empecé mi carrera (la tercera y definitiva). Y eso justifica las horas que pasaba trabajando y en la facultad, los fines de semana perdidos detrás de un mil apuntes y libros. Mi prioridad era ser exitosa en mi carrera. Pero no éxito de sobresalir entre otros, sino de sobresalir conmigo misma. Dar lo mejor.
Pero llegó un momento en que el ver a otros disfrutar de la vida, de los días soleados, de ir al cine y asistir a reuniones y asados, me hizo sentir incompleta.
Y finalmente entendí que la vida no es vida sin ciertas cosas. Que alguien te este esperando todas las noches, que te abracen cuando estás triste, que te presten un hombro para llorar, que sonrían cuando te ven…
La soledad es algo peligroso. Por lo menos para mí.
Es un virus que me va comiendo por dentro, me tira cada vez más para abajo.
Hace que todo el resto se vea descolorido y a veces no encuentro razón para hacer cosas.
Sin embargo se que todos estamos solos en el fondo.
El otro día me estaba “quejando” de que durante mi día el gordo no había tenido tiempo de venir a verme. Mi amiga Anusky me dijo que a todos nos pasa eso, y se que tiene razón.
Todos pasamos muchas horas del día solos. Pero son distintos tipos de soledades.
La soledad que duele es la del espíritu. El no tener amigos, el no tener familia, el no tener pareja.
El no tener a quien acudir para divertirse o compadecerse de su mala fortuna. El no saberse especial para alguien.
La soledad del corazón es la que me asusta.
La gente, como esa chica alemana, me da mucha pena. Me despiertan ganas de ayudarlos a entender.
No puedo dejar de imaginarlos viejos y solos. O ver en mi mente como llegan a su casa oscura y solitaria, dejan sus cosas sobre una mesa y no escuchan más que sus propios pasos.
O escuchar esas personas que viven “la vida loca” saliendo con miles de personas, con todas sus horas repletas de actividades sociales de acá para allá y saltando de cama en cama… Cuando en el fondo nada los completa.
Cuando el vacío es sinónimo de soledad.
No se exactamente cual es la mejor forma de vivir la vida.
Solo se cual es la forma en que creo que deseo vivir la mía.
Lo repito siempre que puedo: quiero una familia (grande, chica… no importa), unos amigos (sí, quizás pocos) que sientan que soy tan especial como ellos lo son para mí y por supuesto un amor grande y profundo (de esos que se basan en mucho más que la belleza y la atracción).
Este sí que es otro tema que tiene muchas aristas y puede ser analizado desde distintos puntos de vista.
Yo quisiera arrancar por acá:
A diferencia de otros viajes de negocios a Europa, este año pude ver la realidad de la ciudad, la forma en que la gente vive, como son, etc.
No estuve tan metida en la burbuja de “eventos corporativos” y eso me permitió ver otro tipo de cosas.
Una noche, después de un evento en la Messe, Eri y yo decidimos volver al hotel. Ya era tarde para el ritmo de vida de la ciudad (cerca de las once de la noche) y nosotras no habíamos cenado.
A esa hora no hay casi ninguna oferta disponible, así que decidimos cruzar hasta el Hauptbahnhof (la estación central de trenes –similar a Constitución-).
Fuimos hasta el Mc Donalds frente a los andenes. Mientras cenábamos notamos que éramos las únicas personas acompañadas que mantenían una conversación amena y divertida.
Salvo por dos mujeres (que obviamente trabajaban en la zona roja a pocas cuadras de allí) todo el resto de las personas estaban solas.
Había de distintas edades y seguramente realidades. Pero tenían en común un aspecto de vencidos, de desilusión.
Salvo por los pasajeros que esperan sus trenes y algún caso excepcional como el nuestro, es un poco extraño que la gente de la ciudad frecuente este lugar.
Con Omur, la chica que nos asistía en el stand, nos pasabamos largos ratos buscando las semejanzas y diferencias entre nuestra cultura y la alemana.
Un día, en el cual volvíamos de nuestro fallido intento de caminar hasta el downtown histórico, llegamos a Hauptbahnhof y mientras Marian se compraba una segunda cena, Eri y yo entramos a un local de venta de libros y revistas.
Mientras hojeaba algunas revistas dos veces me pasaron por encima.
Todas las mañanas camino a pie desde el hotel a la Messe siempre sentía que tenía que caminar más rápido porque los que venían detrás se acercaban demasiado. Y a veces me atropellaban como si fuera invisible, o como si fuera una pobre idiota que va pavoteando por la calle.
Omur nos decía que allá la gente camina rápido, muy rápido y sola. Aprietan el paso para llegar a la oficina, al banco o a su casa. No significa que estén apurados, sino que están acostumbrados así.
Me pasé todos esos días observando a la gente y sus costumbres y tratando de entender porque son así.
Y la realidad es que, como siempre, lo que tenes y lo que sos es el resultado de lo que haces y las razones.
Uno podrá decir que allá la gente vive mejor. Claro, por lo que se el Estado se ocupa de todos los habitantes de manera integral. Los desempleados tienen asistencia que les permite vivir dignamente y hasta los adictos a la heroína reciben una dosis diaria para evitar que salgan a robar.
La salud y la educación estatal es de un alto nivel, y es normal que toda la población tenga más posibilidades que en Argentina.
Lo que vi es que ellos tienen una excelente calidad de vida, pero no tienen calidad humana.
No les importa el otro. Te pasan por arriba en la calle, te ignoran si les abrís la puerta, si les cedes el paso en algún sitio…
No te miran a los ojos, no te sonrien sin motivo, no se muestran predispuestos a ayudar al otro.
Omur dice que en el aspecto laboral / profesional son peores. Si muestran un poco de interés es para dejarte saber que ellos están en un escalón superior o comienzan una competencia para superar tus logros. Y lo hacen de manera abierta.
Entonces dos más dos es cuatro.
Tienen lo que se merecen.
Otra chica, que conocimos hace dos años para la feria anterior nos comentaba que estaba en pareja hacía más de ocho meses. Pero que él había tenido que aceptar un trabajo en Las Canarias. Y aunque ella no estaba trabajando decidió quedarse en Alemania. Eri y yo no entendíamos.
“El trabajo es más importante” dijo.
Y me dieron ganas de golpear mi cabeza contra la pared hasta caer desmayada.
Ella creía que el trabajo era prioritario. Que toda su vida debía girar en torno a tareas y un sueldo.
No puedo mentir, cuando escucho a alguien decir eso recuerdo el énfasis que tenía hace ya unos cuantos años cuando empecé mi carrera (la tercera y definitiva). Y eso justifica las horas que pasaba trabajando y en la facultad, los fines de semana perdidos detrás de un mil apuntes y libros. Mi prioridad era ser exitosa en mi carrera. Pero no éxito de sobresalir entre otros, sino de sobresalir conmigo misma. Dar lo mejor.
Pero llegó un momento en que el ver a otros disfrutar de la vida, de los días soleados, de ir al cine y asistir a reuniones y asados, me hizo sentir incompleta.
Y finalmente entendí que la vida no es vida sin ciertas cosas. Que alguien te este esperando todas las noches, que te abracen cuando estás triste, que te presten un hombro para llorar, que sonrían cuando te ven…
La soledad es algo peligroso. Por lo menos para mí.
Es un virus que me va comiendo por dentro, me tira cada vez más para abajo.
Hace que todo el resto se vea descolorido y a veces no encuentro razón para hacer cosas.
Sin embargo se que todos estamos solos en el fondo.
El otro día me estaba “quejando” de que durante mi día el gordo no había tenido tiempo de venir a verme. Mi amiga Anusky me dijo que a todos nos pasa eso, y se que tiene razón.
Todos pasamos muchas horas del día solos. Pero son distintos tipos de soledades.
La soledad que duele es la del espíritu. El no tener amigos, el no tener familia, el no tener pareja.
El no tener a quien acudir para divertirse o compadecerse de su mala fortuna. El no saberse especial para alguien.
La soledad del corazón es la que me asusta.
La gente, como esa chica alemana, me da mucha pena. Me despiertan ganas de ayudarlos a entender.
No puedo dejar de imaginarlos viejos y solos. O ver en mi mente como llegan a su casa oscura y solitaria, dejan sus cosas sobre una mesa y no escuchan más que sus propios pasos.
O escuchar esas personas que viven “la vida loca” saliendo con miles de personas, con todas sus horas repletas de actividades sociales de acá para allá y saltando de cama en cama… Cuando en el fondo nada los completa.
Cuando el vacío es sinónimo de soledad.
No se exactamente cual es la mejor forma de vivir la vida.
Solo se cual es la forma en que creo que deseo vivir la mía.
Lo repito siempre que puedo: quiero una familia (grande, chica… no importa), unos amigos (sí, quizás pocos) que sientan que soy tan especial como ellos lo son para mí y por supuesto un amor grande y profundo (de esos que se basan en mucho más que la belleza y la atracción).
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